Quizás yo no sea el ejemplo perfecto para escribir este artículo.
Estuve casado 28 años y cometí errores que, como siempre ocurren, terminan golpeando de frente los valores y principios que uno mismo predica.
Pero precisamente por haberlos vivido, por haberlos asumido con responsabilidad y por seguir aprendiendo, siento la obligación de compartir este recordatorio que todos los padres deberíamos tener presente.
Vivimos en un mundo donde muchos creen que la mejor herencia es una casa, un carro, una cuenta bancaria o un apellido que “abra puertas”.
Pero, como yo siempre digo, la vida, que nunca se equivoca, termina demostrando una verdad mucho más grande:
La mejor herencia no son los bienes.
La verdadera herencia son los valores.
Porque el dinero se acaba.
Las cosas se dañan.
Las riquezas cambian de dueño.
Pero el respeto, la disciplina, la educación, la responsabilidad y los principios…
Esos sí perduran para siempre.
Esos no se gastaron, no se robaron, no se desaparecerán.
Esos viajan con nuestros hijos… y si ellos los honran, seguirán viajando con nuestros nietos.
Un hijo formado en valores puede empezar desde cero y, aun así, llegar lejos.
Un hijo sin principios puede tenerlo todo… y perderlo todo en un solo día.
Y esa verdad la vemos, lamentablemente, día tras día.
Los adultos no aprendemos por discursos, y nuestros hijos tampoco.
Ellos no aprenden por lo que uno dice, sino por lo que uno hace.
Cuando ven a su padre ser responsable, aprenden disciplina.
Cuando respiran respeto en su casa, aprenden a darlo.
Cuando ven coherencia entre lo que dices y lo que haces, descubren cómo caminar en un mundo que, muchas veces, es incoherente.
La herencia real no se deja en un papel ni en un fideicomiso cuando ya no estás.
La herencia verdadera se entrega en vida, todos los días:
en un consejo, en una postura firme, en un abrazo a tiempo, en un límite necesario, en un “no” que educa, en un “te amo” sincero, en un “vamos a trabajar”.
Hace unos años leí un proverbio árabe que decía:
“Más que dinero, dale a tus hijos una brújula.
Más que bienes, dales carácter.
Más que un apellido, dale honra.
Más que comodidad, dale herramientas para la vida.”
Esa es la misión de un padre.
Enseñarles que el trabajo honesto siempre paga.
Que la palabra vale más que cualquier contrato.
Que la dignidad no tiene precio.
Que la vida puede ser dura, sí… pero también es justa con quien camina recto.
Esa es la herencia que transforma generaciones.
La que forma seres humanos, no solo profesionales.
La que convierte niños en hombres y mujeres de bien.
Porque al final, cuando todo lo material desaparece, los valores son el único patrimonio que jamás pierde valor.
LA VIDA
Por Jeffrin G. Pacheco Reyes
